Valeria
era una niña muy preocupada por su papá. Desde hacía algún tiempo, había visto
que se estaba quedando calvo, y que cada vez tenía menos pelo. Un día, se
atrevió a preguntárselo:
-
Papá, ¿por qué cada día tienes menos pelo?
Su
papá le dijo sonriente:
-
Es por el ladrón de pelos. Hay por esta zona un ladronzuelo chiquitito que
visita mi cabeza por las noches cuando estoy dormido, y me quita todos los
pelos que le da gana. ¡Y no hay forma de atraparlo!
Valeria
se quedó preocupada, pero decidida a ayudar a su papá, aquella misma noche
aguantó despierta tanto como pudo. Cuando oyó los primeros ronquidos de su
padre, agarró un gran mazo y se fue a la
habitación de sus padres. Entró muy despacito, sin hacer ruido, para que el
ladrón de pelos no pudiera sentirla, y cuando llegó junto a su papá, se quedó
observando detenidamente su cabeza, decidida a atrapar al ladrón de pelos en
cuanto apareciera. Al poco, vio una sombra sobre la cabeza, y con todas las
fuerzas que tenía, lanzó el porrazo más fuerte que pudo.
¡Menudo
golpe! Su papá pegó un enorme grito y se levantó de un salto, con un enorme
chichón en la cabeza y un buen susto en el cuerpo. Al encender la luz, se
encontró con Valeria de frente, con la mano en alto sujetando la maza, y
diciendo:
-
¡casi lo tenía! papá. ¡Creo que le he dado, pero el ladrón de pelos se ha
escapado!
Al
oír eso, y ver al papá con la cabeza bien dolorida, la mamá comenzó a reírse:
-
Eso te pasa por contarle tonterías a la niña - dijo divertida.
Y el
padre de Valeria tuvo que explicarle que no existía ningún ladrón de pelos, y
contarle la verdad de por qué se quedaba calvo. Y así,
con
la ayuda de un gran chichón en su cabeza, comprendió lo importante que era no
engañar a los niños y contarles siempre la verdad.
Y
Valeria, que seguía preocupada por su papá, dejó de buscar ladrones de pelos, y
le compró un bonito gorro de dormir.